El trastorno por déficit de atención con hiperactividad es un trastorno del neurodesarrollo de carácter neurobiológico originado en la infancia y que afecta a lo largo de la vida, que se caracteriza por la presencia de tres síntomas típicos:
Se identificará como un trastorno cuando estos síntomas o los comportamientos que se deriven se observen con mucha mayor frecuencia e intensidad que en los niños/adolescentes de igual edad e interfieran en la vida cotidiana presentes en dos o más contextos: en casa, la escuela o su entorno en general.
Se debe tener en cuenta que no todos los niños con este trastorno manifiestan los mismos síntomas y con la misma intensidad (pudiendo presentarse como leve, moderado o grave)
En el Manual de Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), publicado por la American Psychiatric Association en su última versión, que se publicó en Mayo de 2013 , se diferencian tres tipos de presentaciones del TDAH:
La característica esencial del TDAH es un patrón persistente de desatención y/o hiperactividad-impulsividad, más frecuente y grave que el observado habitualmente en sujetos de un nivel de desarrollo similar.
Según el DSM-5, para diagnosticar el TDAH en cualquiera de sus categorías:
Algunos autores, destacan las dificultades de autocontrol como eje central del trastorno. En este sentido, se describe el TDAH como un «déficit para inhibir la conducta prepotente» (Barkley 1995).
Principalmente, hay que distinguir el TDAH de comportamientos propios de la edad en niños activos, retraso mental, situaciones de ambiente académico poco estimulante y sujetos con comportamiento negativista desafiante.
El TDAH en el adulto
Durante muchos años se ha considerado que el TDAH es un trastorno exclusivamente de la infancia y de la adolescencia, aunque la realidad no es ésta. Los síntomas y el impacto del TDAH en la mayoría de los casos se mantienen en la edad adulta, y en el caso de las mujeres, el diagnóstico de muchas de ellas suele establecerse a esta edad.
Los síntomas del adulto con TDAH suelen ser diferentes al de los niños. La hiperactividad se hace menos visible y se transforma en una inquietud más interna y en una búsqueda de actividad o emoción constante. Los problemas de atención son probablemente los que más persisten; éstos acarrean dificultades a los adultos a la hora de llevar a cabo las tareas, gestionar su tiempo o ser organizados y consistentes. los síntomas impulsivos se mantienen en la mayoría de los casos, lo que conlleva a problemas en la vida familiar, social o laboral. Se observa en los adultos una mayor frecuencia de cambios laborales precipitados y constantes, rupturas sentimentales o conductas de riesgo, entre otras situaciones.